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En un contexto global marcado por el cambio climático y sus efectos cada vez más evidentes, la gestión eficiente del agua se ha convertido en una prioridad ineludible. El calentamiento global ha alterado los patrones climáticos y todo parece indicar que fenómenos extremos como los últimos temporales, inundaciones y sequías se sucederán cada día con mayor frecuencia e intensidad.
Asimismo, la disminución progresiva de los recursos hídricos disponibles es una realidad que ya no pertenece al futuro, sino al presente. No hablamos de mañana, sino de hoy. Y en este escenario desafiante, urge encontrar soluciones sostenibles y transversales, especialmente en sectores clave como el regadío, cuyo consumo de agua en España y a nivel mundial está en torno al 70%.
Modernización del regadío: un camino hacia la sostenibilidad
Una de las respuestas más efectivas y necesarias ante estos nuevos desafíos es la modernización del regadío. Este proceso implica la adopción de tecnologías, infraestructuras y prácticas que permiten un uso más racional y eficiente del agua. No se trata únicamente de reducir el consumo, sino de gestionar mejor los recursos disponibles para aumentar la productividad por m3 de agua y minimizar el impacto ambiental. Modernizar el regadío significa, por ejemplo, reemplazar los sistemas de riego por gravedad por sistemas más tecnificados como el riego por goteo, que permite una distribución precisa del agua directamente en la raíz de las plantas, minimizando la evaporación.
Y en este escenario podemos estar orgullosos, pues el regadío español es todo un ejemplo a nivel mundial. Un espejo en el que se miran los países que quieren implantar los sistemas más avanzados y eficientes desde el punto de vista tecnológico y digital.
Además del evidente ahorro hídrico en la red y en la parcela, la modernización contribuye a conservar las reservas de agua en embalses durante más tiempo. Este efecto es crucial en contextos de escasez, ya que fortalece la resiliencia del sistema agrícola y garantiza un reparto más equitativo del agua entre usuarios y territorios. El hecho de que los embalses puedan mantener niveles adecuados en épocas secas se traduce en una mayor seguridad para el riego, el consumo humano, el mantenimiento de ecosistemas y el resto de otros usos esenciales.
Más allá de las infraestructuras: gestión técnica y administrativa
Sin embargo, modernizar no significa sólo cambiar infraestructuras físicas. Una transformación real debe abarcar también la gestión técnica y administrativa del agua. Las comunidades de regantes desempeñan un papel clave en este proceso. Estas entidades, formadas por los propios agricultores, deben adaptarse a los nuevos retos mediante la digitalización, la profesionalización de su gestión.
Herramientas como los sistemas de telecontrol, la sensorización de parcelas o el uso de plataformas digitales de gestión permiten optimizar el riego en tiempo real, ajustándose a las necesidades concretas de cada cultivo y cada momento.
En este marco, programas gubernamentales como el Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) del agua ofrecen una oportunidad de oro. Estos programas no solo aportan financiación para obras y tecnología, sino que también promueven un cambio estructural en la manera de concebir y gestionar el agua en el medio rural. La colaboración entre administraciones públicas, comunidades de regantes, empresas tecnológicas y centros de investigación es fundamental para lograr una transformación sostenible y duradera.
Concienciación ciudadana: el agua como bien común
Otro de los pilares fundamentales para enfrentar los retos del agua es la concienciación ciudadana. El agua debe ser considerada un bien común, esencial para la vida, la economía, la producción de alimentos saludables y el equilibrio ecológico. Este cambio de mentalidad requiere un esfuerzo colectivo y sostenido en el tiempo, que vaya más allá de las campañas puntuales o la cobertura mediática en momentos de emergencia ante las restricciones.
Cuando se producen fenómenos extremos como las DANAs o las sequías severas, la atención mediática y política se intensifica. No obstante, la gestión del agua exige una mirada a largo plazo, capaz de anticiparse a los problemas y de mantener un seguimiento constante incluso cuando no hay crisis visibles. Esta visión a largo plazo debe ir acompañada de una mayor inversión en infraestructuras hidráulicas, como presas, canales, estaciones de tratamiento y modernización de redes de distribución, equiparables en importancia a las grandes obras públicas como carreteras o ferrocarriles.
Tienen disponible el artículo de opinión para su lectura completa en el número 201 de Óleo.