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En la batalla contra Xylella fastidiosa, un patógeno vegetal sin cura que amenaza cultivos clave del Mediterráneo, la ciencia española podría haber encontrado un inesperado aliado: un hongo entomopatógeno que ya habita en los olivares.
Este avance se está gestando en la Universidad de Córdoba (UCO), donde un equipo de investigadores liderado por Enrique Quesada Moraga, del grupo de Entomología Agrícola, trabaja con hongos capaces de infectar de forma natural a los insectos vectores de la bacteria. La investigación se enmarca en el proyecto europeo Bexyl (Beyond Xylella), que reúne a 31 equipos de todo el mundo bajo la coordinación del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC.
Una amenaza invisible que puede paralizar al campo
Desde que se detectó en Italia en 2013, la Xylella fastidiosa ha activado las alertas en toda la Unión Europea. La infección no tiene cura y su potencial destructivo es tan elevado que las medidas de cuarentena, erradicación y contención son obligatorias desde hace más de una década. Se estima que, de no aplicarse, el impacto económico superaría los 5.500 millones de euros anuales, amenazando a más de 300.000 empleos ligados a olivo, almendro, cítricos y vid.
Aunque en España su presencia ha sido mucho más limitada —y con escaso impacto económico directo—, los costes asociados a las medidas de contención son altísimos. Arrancar árboles, declarar zonas en cuarentena y limitar la circulación de material vegetal generan un efecto dominó que complica la vida a agricultores, cooperativas y empresas agroalimentarias.
Una solución desde dentro del ecosistema del olivar
La línea de trabajo de la UCO propone una solución basada en biocontrol: usar microorganismos presentes de forma natural en el olivar para reducir las poblaciones de los vectores que transmiten la Xylella. En concreto, hongos entomopatógenos que ya viven en el suelo, en la vegetación espontánea o en las propias hojas del cultivo.
“Buscamos aprovechar los servicios ecosistémicos del olivar”, explica Quesada. “No queremos introducir nuevos organismos, sino usar lo que ya está funcionando en ese entorno para controlar los vectores”.
Este enfoque encaja perfectamente con los objetivos del Pacto Verde Europeo y la PAC, que promueven la sostenibilidad, la reducción del uso de fitosanitarios y la biodiversidad funcional. Por ejemplo, el fomento de cubiertas vegetales en el olivar —una práctica agronómica en auge para proteger el suelo y mejorar la salud del agroecosistema— podría, si no se gestiona bien, favorecer a los vectores de la Xylella. Por eso, la clave está en seleccionar especies de cubiertas que no beneficien a los insectos vectores, y, además, usar bioplaguicidas que limiten su presencia.
Aún en laboratorio, pero con potencial para el campo
Los resultados obtenidos hasta el momento son preliminares, pero prometedores. Las pruebas realizadas en laboratorio, mediante bioensayos y técnicas moleculares, han demostrado que ciertos hongos pueden infectar a estos vectores y modificar incluso su capacidad para transmitir la bacteria.
El siguiente paso será determinante: llevar esta investigación al campo. A partir del próximo año, los ensayos se realizarán en fincas afectadas en Puglia (Italia), epicentro del brote de 2013, para comprobar su eficacia real en condiciones agrícolas.
La dificultad, como reconoce Quesada, está en el manejo de estos insectos: “No se pueden criar en condiciones de laboratorio. Hay que concentrar mucho la investigación en primavera y verano, cuando están activos en el campo”.
Biotecnología, ecología y política agrícola
La lucha contra Xylella fastidiosa es un claro ejemplo de cómo las soluciones técnicas deben ser viables no solo desde el punto de vista científico, sino también económico, ecológico y regulatorio. El desarrollo de nuevas estrategias como el uso de hongos entomopatógenos plantea una alternativa creíble a la erradicación masiva o al uso de insecticidas de amplio espectro.
Pero no será fácil. El equilibrio entre mantener prácticas sostenibles y evitar la propagación de vectores exige precisión, conocimiento local y políticas alineadas. Por eso, estudios como el de la UCO resultan clave: no sólo buscan soluciones, sino que las integran en el ecosistema productivo y regulatorio europeo.
La agricultura del futuro no será una cuestión de aplicar más química, sino de entender mejor la biología que ya opera dentro del sistema agrícola. Y en esa ecuación, los hongos podrían jugar un papel mucho más relevante de lo que imaginábamos.