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«Los procesos de crisis enseñan, aunque enseñan con sangre»

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Fuente: UJA

Nueva entrega de la serie de conversaciones iniciadas por Óleo a principios de mayo con diferentes sectores y personas vinculadas al mundo del sector agroalimentario. En este caso, hablamos sobre el sector oléicola y sus empresas, de la problemática del aceite de oliva y su comercialización.

El sector agroalimentario está siendo una pieza clave durante esta situación de confinamiento, desde tu punto de vista, ¿qué se ha ganado y que se está perdiendo en el sector agroalimentario, específicamente en el oleícola durante esta crisis?

Esta crisis ha venido a indicarnos lo que es importante y esencial para nuestra sociedad. La agricultura y dentro de ella la olivicultura antes del Covid-19 no se consideraba como una actividad esencial. Desgraciadamente, ha tenido que llegar esta situación para que la sociedad aprecie que, los productos básicos para la población son los de alimentación.

Ahora aparecen en televisión los problemas que tienen los productores agrícolas en la recolección de las cosechas, la dureza del trabajo en el campo o la falta de personas que quieran realizar labores agrícolas a pesar del alto paro. Por lo menos, el campo y su actividad agraria están ganando o mejor dicho recuperando la imagen que siempre han debido tener: una actividad principal, esencial para la sociedad y defensora del medioambiente.

Desde tu punto de vista, ¿qué grado de madurez tienen las empresas y cooperativas del sector oleícola ante esta situación?, ¿qué factores están siendo claves?

Actualmente el sector oleícola debe replantearse su futuro. Muchos señalan al cooperativismo con el causante de la situación actual, pero desconocen o, lo que es peor, muchos no quieren advertir que no es así. Actualmente de las casi 1.800 almazaras la mitad son cooperativas y unas 500 se han integrado en 35 cooperativas de segundo grado para la comercialización de sus productos. Sin embargo, el sector no cooperativo, formado por unas 900 empresas, se mantiene activo de manera individualizada y además suelen tener un menor tamaño que las sociedades cooperativas. Muy pocas almazaras no cooperativas han pedido participar en grupos empresariales y eso ha hecho que la distribución, en manos fundamentalmente de 7 grandes cadenas, puedan negociar con 1.300 empresas productoras, es decir los 35 cooperativas de segundo grado y los 3 grupos empresariales formados fundamentalmente por cooperativas más el resto de almazaras que se mantienen independientes y que en su mayoría no pertenecen al sector cooperativo. El poder de negociación está en manos de la distribución. Por tanto, las cooperativas se han mostrado más activas ante los procesos de integración que el sector no cooperativo, aunque ese 30% de integración de la oferta aún resulte insuficiente para tomarle el pulso a la distribución.

Esta crisis, ¿puede influir en la reducción de productores y de empresas en el sector? O ¿puede favorecer la unión entre ellos?

Los procesos de crisis enseñan, aunque enseñan con sangre. Es cierto que la competencia aumenta y se pueden reducir los productores, pero es verdad también que propicia las uniones a través de fusiones o incluso la participación en cooperativas de segundo grado, en definitiva activan los procesos de concentración empresarial tan necesarios en el sector.

¿Qué papel está jugando el consumidor en la posición del aceite de oliva? ¿Es el momento de cambiar de estrategia para reforzar su papel como producto esencial en la gastronomía española? ¿Es un producto tendencia?

En cualquier mercado, de cualquier producto, el consumidor es el rey. Los gustos de los consumidores deben tenerse en cuenta para saber qué producto fabricar. Los consumidores de los mercados exteriores lo tienen claro quieren vírgenes extra. Si observamos las cantidades de tipos de aceites que se exporta podemos decir que en su inmensa mayoría son vírgenes, vírgenes extra y cada vez más ecológicos. En España, el mayor país productor del mundo, los consumidores desconocen las características de cada tipo de aceite de oliva. Si un consumidor no conoce los beneficios del producto, difícilmente podrá decidir qué comprar.

Las campañas de comunicación desde el sector deben ser mayores y llegar a todos los consumidores, ya que la distribución está anclada en unas nomenclaturas que no recoge la normativa del Consejo Oleícola Internacional y que no hacen más que confundir al consumidor. Por otra parte, hay que enseñar a nuestros hijos que el consumo de aceites de oliva no debe ser una moda, sino una costumbre que protege al cuerpo de enfermedades.

Partiendo de una situación de alta producción, mucha competencia exterior y precios bajos, está crisis ¿qué está significando en el proceso comercializador?, ¿partimos con desventaja?

Los teóricos nos dicen que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. El problema en esta cadena es que se caracteriza por la debilidad en todos sus eslabones, aunque sin lugar a dudas, el más débil es el sector agrario.

Muchos agricultores imitando al sector del olivar han salido a las calles, cuando se podía, para protestar porque el valor añadido se quedaba en los eslabones siguientes de su cadena de valor. Un ejemplo lo podemos poner en un agricultor que cultiva naranjas y les ofrecen unos 15 céntimos por kilo, precio insuficiente para cubrir costes. Sin embargo al consumidor ese kilo le llega a un coste que puede variar a lo largo del año pero que como mínimo se eleva a unos 50-60 céntimos. Al menos, de los 15 céntimos hasta los 50 ó 60 hay un valor añadido que se queda en la cadena. En el olivar eso no ocurre. Fabricar un kilo de aceite de media según el último informe del Consejo Oleícola Internacional de 2015, lo eleva a 2,75 euros, aunque hoy día debe ser mucho mayor. Hoy, 23 de mayo, se está vendiendo en origen a granel un kilo entre 1,63 el lampante a 2,09 el virgen extra y el consumidor hoy bajo marca blanca lo puede comprar a 2,19 el litro de aceite de oliva suave, a 2,49 el libro de aceite de oliva virgen y a 3,15 el litro de virgen extra. Como entenderán el aceite que se vende en origen tiene que pasar por un proceso de envasado, refinado en algunos casos, etiquetado, transporte y el procesos de comercialización y los precios a los que llega al consumidor no cubre los costes, todo lo contrario hay pérdidas y esas pérdidas según los informes se centran en dos eslabones: El más perjudicado el agrario. No es de extrañar que salgan a la calle y corten carreteras porque tienen pérdidas, incluso contando las cada vez más reducidas subvenciones que les llegan. El segundo eslabón con pérdidas es el de la distribución, pero ese lo hace a propósito, puesto que usa los aceites de oliva como producto gancho para atraer a los consumidores y no les importa perder algunos céntimos, puesto que ganan márgenes grandes con otros productos que los consumidores aprovechan para comprar.

La desventaja por tanto la tiene el sector agrario. Sin embargo habría que llamar la atención de todos los agentes de la cadena en especial del sector de la distribución. Si la cadena cae todos pierden, con lo que conseguir unos márgenes adecuados para cada eslabón de la cadena, debería ser la clave para todos.

En cuanto a los canales de comercialización, ¿puede ser este el punto de inflexión para cambiar de estrategia y apostar por el comercio electrónico?

Muchos productores ya han apostado por el comercio electrónico y un porcentaje de las ventas importante lo obtienen por esa vía. Sin embargo apostar por el comercio electrónico no es hacer una web con tienda virtual. Se requiere de profesionales que promociones el producto, que le den visibilidad, imagen y consigan que los consumidores se acostumbren a ese producto y a esa forma de compra. El Covid-19 sin duda es un antes y un después en el comercio electrónico y las empresas que así lo hayan entendido se posicionarán mejor.

Y para finalizar, desde su punto de vista en estos momentos y con muchos cambios de actitudes, ¿es el momento donde el medio rural se pueda convertir en una apuesta de futuro?, y si es así, ¿qué cambios ves más a corto plazo?

El apoyo al mundo rural debería ser una prioridad para nuestros gobernantes. En el campo en general, no sólo se obtienen los productos o materias primas para fabricar lo que comemos habitualmente; es decir es nuestra despensa inmediata, sino que de su cuidado depende nuestra calidad de vida. Todavía no se ha entendido que el agricultor y el ganadero son los más próximos a cuidar ese medio del que dependemos todos pero que no se les está dando oportunidades para que lo sigan haciendo. El resultado es la despoblación y que los jóvenes no quieren realizar un trabajo, duro de por sí, que además no da los medios económicos con los que poder vivir holgadamente.

Cuando se abandona el campo, se abandona y se olvida la historia de ese lugar y, sobre todo, se pierde riqueza y posibilidades de futuro. Pero no hay una apuesta clara en ningún gobierno para cambiarla. Sin embargo el ámbito agrario ofrece muchas posibilidades. Por ejemplo la diversificación de las actividades en el campo. Son muchas las áreas de actuación pero sin duda una, la biomasa es la que mayores posibilidades puede ofrecer. Además, si superponemos el mapa de la España vacía y el mapa de la España de la biomasa prácticamente coinciden, con lo que la bioeconomía centrada en la biomasa puede ser una solución y más en el olivar, puesto que genera una biomasa de unos 4.000 kilos por hectárea y año. La pregunta es ¿recibirá el sector apoyo para su puesta en valor?

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