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Desde su creación en 1972, el Día Mundial del Medio Ambiente se ha consolidado como la principal plataforma de sensibilización ecológica del planeta. Con millones de participantes cada año, tanto presencial como virtualmente, esta jornada moviliza a instituciones y comunidades hacia acciones tangibles.
En 2025, además, la conmemoración adquiere una dimensión estratégica: se celebra a tan solo dos meses de una nueva ronda de negociaciones para la firma de un tratado internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos, una meta que busca cerrar el ciclo de vida completo del material. Organizado por el PNUMA y con la República de Corea como país anfitrión, este evento global buscará acelerar el tránsito hacia un modelo de economía circular del plástico, impulsando soluciones científicas, tecnológicas y ecológicas.
Uno de los elementos centrales del mensaje de este año es la necesidad de transformar nuestra relación con el plástico: rechazarlo, reducirlo, reutilizarlo, reciclarlo y, sobre todo, repensarlo.
Repensar el plástico
Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico en el mundo, de las cuales la mitad está diseñada para un solo uso. Sin embargo, menos del 10% de estos residuos se recicla, lo que deriva en un grave problema de contaminación ambiental. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), aproximadamente 11 millones de toneladas de desechos plásticos llegan anualmente a lagos, ríos y océanos. Esta cantidad equivale al peso de más de 1.000 Torre Eiffel.
A esta crisis visible se suma una amenaza más difusa: los microplásticos. Estas diminutas partículas, de menos de 5 mm de diámetro, invaden hoy la cadena alimentaria, el agua potable y hasta el aire que respiramos. Se estima que una persona puede ingerir más de 50.000 partículas plásticas al año, sin contar las que se inhalan. Los plásticos de un solo uso, cuando son desechados o incinerados, comprometen la salud humana, destruyen la biodiversidad y alteran ecosistemas que van desde cumbres montañosas hasta fondos marinos.
El olivar: un ecosistema agrícola que contribuye a la resiliencia ambiental
En este contexto de cambio sistémico, el olivar —cultivo milenario del área mediterránea— emerge como un aliado estratégico en la lucha contra la degradación ambiental. Su estructura perenne y su capacidad para fijar carbono en el suelo lo convierten en un sumidero natural de CO₂. Además, el manejo tradicional del olivar con cubierta vegetal contribuye a prevenir la erosión, mejora la biodiversidad del suelo y reduce la necesidad de insumos químicos, muchos de los cuales derivan de polímeros plásticos.
Al eliminar o reducir el uso de plásticos agrícolas, como mantas térmicas, acolchados o sistemas de riego no biodegradables, el sector olivarero puede alinearse aún más con los objetivos de sostenibilidad. La transición hacia alternativas sostenibles en el agro, como bioplásticos compostables o técnicas de manejo regenerativo, posiciona al olivar como un ejemplo de agricultura responsable y comprometida con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Hacia un futuro libre de plásticos
El mundo enfrenta una encrucijada ambiental. De no tomar medidas ahora, las emisiones globales de gases de efecto invernadero deberán reducirse a la mitad antes de 2030 para mantener el calentamiento global bajo control. En paralelo, si no se actúa de forma inmediata, los residuos plásticos en ecosistemas acuáticos podrían triplicarse antes de 2040.
Por eso, el Día Mundial del Medio Ambiente 2025 invita a participar activamente en campañas, eventos e iniciativas alineadas con el lema #SinContaminaciónPorPlásticos. La transición a una vida sostenible no es solo un imperativo moral, sino también una necesidad técnica y ecológica urgente.