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El mes de mayo ha cerrado con un comportamiento pluviométrico muy por debajo de lo deseable en la comarca de la Sierra de Cazorla. Las lluvias registradas apenas alcanzaron una media de 25 l/m², insuficientes para revertir el preocupante déficit hídrico acumulado de 170 l/m² respecto a un año medio, en el que suelen recogerse 600 l/m² entre septiembre y junio.
Este dato adquiere una dimensión crítica al traducirse en términos de impacto directo sobre el olivar. En una hectárea de cultivo, esta carencia representa 170.000 litros menos de agua, lo que se traduce en 17.000 litros por planta en un marco de plantación habitual de 100 árboles/ha. Esta falta de disponibilidad hídrica tiene un peso considerable sobre la fisiología del árbol, especialmente cuando se acumulan varios ciclos con pluviometría deficitaria.
Menos brotes, mayor fertilidad
Pese a este contexto adverso, la campaña presenta algunos signos positivos. La media de inflorescencias por brote se sitúa en 6,56, una cifra inferior al registro del pasado año (9,78) y también a la media histórica de la comarca (7,43). Sin embargo, la fertilidad actual de las flores alcanza el 63%, superando holgadamente la media histórica (54%).
Tanto en olivares de regadío como de secano, las diferencias son mínimas. El riego presenta una media de 7 inflorescencias por brote y el secano, 6, con fertilidades del 62% y 64% respectivamente, lo que evidencia una respuesta positiva del cultivo pese a las condiciones hídricas restrictivas.
La “caída de San Juan”
Uno de los momentos críticos del cultivo se aproxima: la caída fisiológica de San Juan, un proceso natural en el que el olivo regula su carga de fruto en función de sus reservas. En años normales, este ajuste es manejable, pero con un déficit hídrico tan acusado, el riesgo de una caída masiva de frutos aumenta de forma significativa. Será en el mes de junio cuando se podrá valorar el verdadero impacto de esta fase sobre el potencial productivo de la próxima cosecha.
Transición entre generaciones del prays
En paralelo, se observa la transición entre la segunda y la tercera generación del prays oleae. La segunda generación, que afecta a la floración, ha tenido una incidencia dispar: baja en zonas de campiña pero alta en olivares de montaña o con fenología más retrasada, donde ha comprometido parte de la floración.
La tercera generación, que se dirige hacia el fruto recién cuajado, aún está comenzando. Su impacto dependerá en gran medida de la evolución térmica de las próximas semanas. Temperaturas altas pueden frenar su desarrollo al dejar huevos inviables, mientras que temperaturas suaves favorecerían su actividad, albergando larvas dentro del fruto que culminarán su ciclo en septiembre con la conocida “caída de San Miguel”.
Vigilancia extrema en un contexto de incertidumbre
El olivar en la DOP Sierra de Cazorla se enfrenta a un mes de junio decisivo. A pesar de unos datos de fertilidad positivos, el impacto del déficit hídrico severo, la proximidad de la caída de San Juan y la amenaza latente del prays hacen imprescindible una monitorización técnica constante. El equilibrio de la próxima cosecha está en juego.